TESTAMENTO
Tal como 'La gaviota' e 'El día feliz que está llegando', 'Testamento' se enquadra no conjunto de canções que Silvio Rodriguez compôs em meio a sua participação junto a "brigada artística", grupo de jovens artistas enviados pelo governo de Cuba a Angola como marco das colaborações com Agostinho Neto, o primeiro presidente do país africano depois de conseguir a independência de Portugal.
No livro de Clara Díaz Pérez, "Hay quien precisa...Silvio Rodríguez" aparecem as seguintes palavras de Silvio Rodriguez sobre a expedição a Angola:
Hay infinidad de anécdotas de cuando todo el mundo quería ir; compañeros que sabían que eran necesarios los choferes, decían que lo eran, y ya en África se descubría que eran ingenieros o cualquier otra cosa. Cosas así.
La gente de la trova no podía engañar tan fácilmente, porque nos conocían de la televisión. Entonces se empezaron a hacer gestiones, cada cual por su lado, guardando una estricta compartimentación. Algunos de los que hicieron gestiones tuvieron éxito antes que otros, y fueron llamados individualmente, a una unidad militar para la preparación física y combativa. Cuando llegaron, fueron descubriendo el secreto común. Ese primer contingente estuvo formado por el grupo Manguaré, Vicente Feliú y yo. Con nosotros iba un excelente prestidigitador de Santiago de Cuba: José Álvarez Ayra. Y rumbo a Angola partimos -unos en barco y otros en avión-, en febrero de 1976.
Alguns meses antes da viagem a Angola, onde o esperava uma guerra e, quem sabe, a morte, Silvio escreve esta canção. Um testamento, que também é uma declaração de princípios: alegria, lealdade, prazer, honestidade, criatividade, solidariedade, el Ché, companheirismo, vida e esperança.
TESTAMENTO
Como la muerte anda en secreto
y no se sabe qué mañana...
yo voy a hacer mi testamento,
a repartir lo que me falta
(pues lo que tuve ya está hecho,
ya está abrigado, ya está en casa).
Yo voy a hacer mi testamento
para cerrar cuentas soñadas.
Le debo una canción a la sonrisa,
a la sonrisa de manantial, esa que salta;
le debo una canción a toda prisa
para que quede que estuvo cerca, agazapada.
Le debo una canción a lo que supe,
a lo que supe y no pudo ser más que silencio;
le debo una canción, una que ocupe
la cantidad de mordazamor de un juramento.
Le debo una canción a los pecados,
a los pecados que no gasté, los que no pude;
le debo una canción, no como hermano,
sólo de sal que el delectador también alude.
Le debo una canción a la mentira,
a la mentira pequeña, frágil, casi salva;
le debo una canción endurecida,
una canción asesina, bruta, sanguinaria.
Le debo una canción a lo oportuno,
a lo oportuno, mutilador de cuánta ala;
le debo una canción de tono oscuro
que lo encadene a vagar su eterna madrugada.
Le debo una canción a las fronteras,
a las fronteras humanas, no las del misterio;
le debo una canción tan poco nueva
como la voz más elemental de los colegios.
Le debo una canción a una bala,
a un proyectil que debió esperarme en una selva;
le debo una canción desesperada,
desesperada por no poder llegar a verla.
Le debo una canción al compañero,
al compañero de riesgos, al de la victoria;
le debo una canción de canto nuevo,
una bandera común que vuele con la Historia.
Le debo una canción, una, a la muerte,
una a la muerte voraz que se comerá tanto;
le debo una canción en que hunda el diente
y luego esparza con la explosión fuegos del canto.
Le debo una canción a lo imposible,
a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza;
le debo una canción indescriptible
como una vela inflamada en vientos de esperanza.
Silvio, 1975
y no se sabe qué mañana...
yo voy a hacer mi testamento,
a repartir lo que me falta
(pues lo que tuve ya está hecho,
ya está abrigado, ya está en casa).
Yo voy a hacer mi testamento
para cerrar cuentas soñadas.
Le debo una canción a la sonrisa,
a la sonrisa de manantial, esa que salta;
le debo una canción a toda prisa
para que quede que estuvo cerca, agazapada.
Le debo una canción a lo que supe,
a lo que supe y no pudo ser más que silencio;
le debo una canción, una que ocupe
la cantidad de mordazamor de un juramento.
Le debo una canción a los pecados,
a los pecados que no gasté, los que no pude;
le debo una canción, no como hermano,
sólo de sal que el delectador también alude.
Le debo una canción a la mentira,
a la mentira pequeña, frágil, casi salva;
le debo una canción endurecida,
una canción asesina, bruta, sanguinaria.
Le debo una canción a lo oportuno,
a lo oportuno, mutilador de cuánta ala;
le debo una canción de tono oscuro
que lo encadene a vagar su eterna madrugada.
Le debo una canción a las fronteras,
a las fronteras humanas, no las del misterio;
le debo una canción tan poco nueva
como la voz más elemental de los colegios.
Le debo una canción a una bala,
a un proyectil que debió esperarme en una selva;
le debo una canción desesperada,
desesperada por no poder llegar a verla.
Le debo una canción al compañero,
al compañero de riesgos, al de la victoria;
le debo una canción de canto nuevo,
una bandera común que vuele con la Historia.
Le debo una canción, una, a la muerte,
una a la muerte voraz que se comerá tanto;
le debo una canción en que hunda el diente
y luego esparza con la explosión fuegos del canto.
Le debo una canción a lo imposible,
a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza;
le debo una canción indescriptible
como una vela inflamada en vientos de esperanza.
Silvio, 1975
TESTAMENTO
SILVIO RODRIGUEZ
RABO DE NUBE
1980